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14 diciembre 2010

PARA ENFRENTAR EL FLAGELO DE LA VIOLENCIA ES NECESARIO NO QUEDARSE CALLADO. CALLAR NOS HACE CÓMPLICES. DEBEMOS EXIGIR JUSTICIA. Norma Cruz

Un padre y su hijo de 4 años fueron acribillados. El luto empaña a la familia Mazariegos Mérida. Es una más que ha vivido en carne propia el asesinato de un ser querido.
Fuente: Edición electrónica del diario "Siglo XXI" del 14 de Diciembre de 2010
Por la periodista Sheila Nicolle snicolle@sigloxxo.com
Las ojeras enmarcan el dolor que encierran sus ojos cafés. También evidencian la dificultad de conciliar el sueño ante la pesadilla que le acompaña las 24 horas: el momento en que su esposo y su hijo, José Eduardo, de 4 años le fueron arrebatados. “Cuando me despierto en las mañanas la tristeza me invade; algunas veces me dan ganas de salir corriendo y dejarlo todo...”, dice Ericka Mérida, a quien la violencia dejó viuda a sus 26 años.

La joven mujer cuenta que conoció a su esposo, Carlos Eduardo Mazariegos Reyes, cuando tenía 15 años. A esa edad tuvo a su primera hija y con muchas ilusiones empezaron a luchar por construir una casita en un terreno que compraron con sus ahorros. Viajaron a la capital para arreglar los documentos de la propiedad, pero descubrieron que estaba hipotecada. Ese fue el inicio de su calvario.

Al investigar, se enteraron que la lotificación, ubicada en Coatepeque Quetzaltenango, era propiedad de Edwin Rolando Vega Pérez, ex alcalde. “Mientras indagábamos, todos los días recibíamos llamadas a los celulares, amenazándonos. Nos seguían vehículos sospechosos y se apostaban a las afueras de la casa. Un par de veces nos pusieron pistolas enfrente, pero no nos hicieron nada”, expresa. Ante el acoso, presentaron la denuncia en el Ministerio Público e identificaron a quienes los acosaban.
Pese a sus intentos por ser fuerte al recordar, Ericka no puede más y rompe en llanto: “¡El miércoles 12 de agosto de 2009 fue el peor día de mi vida! Ese día me quitaron lo que más amaba: mi esposo y mi hijo. Me los arrebataron, junrto con las ilusiones y la felicidad. Recuerdo que viajábamos de noche. La carretera estaba oscura; nos dirigíamos a casa, cuando de repente dos vehículos nos interceptaron el paso. Se bajaron 4 hombres; uno de ellos le disparó a mi esposo en el hombro. Yo temblaba, tenía miedo. Como pude, quité el seguro de la portezuela y le dije a mi hija que corriera a esconderse a los arbustos. Yo les rogaba que no mataran a mis hijos. Mi hija salió de los matorrales y cargó a su hermano para salvarlo, pero los sicarios empezaron a disparar para todos lados y así mataron a mi pequeño. ¡Lo mataron! ¡Lo mataron!...”.

Ericka hace una pausa. Toma aliento, y prosigue: “Mi niño quedó en los brazos de su hermanita. Mi esposo trató de defendernos pero no pudo. Los asesinos le dispararon frente a mí varias veces hasta que lo mataron. El cuerpo de él quedó a la par mía completamente ensangrentado... Los hombres se subieron a los vehículos y huyeron”.

Ericka quedó herida del cuerpo y el alma.

El pequeño José Eduardo es uno de los 527 menores de edad que en 2009 fueron asesinados. Del 1 de enero al 30 de septiembre de este año, la cifra alcanza los 341, según la Procuraduría de la Niñez y Adolescencia de la Procuraduría de los Derechos Humanos.

La procuradora de la Niñez, Nidia Aguilar, advierte que los lugares con mayor incidencia para este tipo de sucesos son Guatemala, Quetzaltenango, Chiquimula, Izabal, Escuintla, Huehuetenango, San Marcos, Chimaltenango, Petén y Jalapa.

Con miedo
La justicia camina lento para Ericka Mérida; sin embargo, ya ha obtenido resultados. Con valentía y el apoyo de Fundación Sobrevivientes, denunció el asesinato de sus seres amados y logró la captura de los asesinos. Ronel Lucas Gómez Escobar y Julio César Macario Gómez, fueron sindicados de los delitos de homicidio, asesinato y asesinato en grado de tentativa, y están a la espera de ser juzgados.

Norma Cruz, directora de la Fundación Sobrevivientes, señala que esta es una de tantas historias de dolor que se viven en el país, pero en su mayoría no son conocidas por el temor a la denuncia.

De acuerdo con la activista, para enfrentar el flagelo de la violencia es necesario no quedarse callado. “Callar nos hace cómplices. Debemos exigir justicia”, expresa Cruz.

Aguilar coincide con ella y advierte que preocupan los niveles de violencia en el país. “No importa si son menores de edad o ancianos. Todas las muertes duelen y es necesario hacer algo para frenarlas”, detalla.

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