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30 agosto 2010

TORTURADORES Y MISOGINOS. La Academia de la Policía Nacional bien merece cambiar de nombre: debería llamarse Centro de Tortura para Mujeres. De la columna de la periodista Dina Fernández

fuente: el sitio web de la periodista Dina Fernández (www.dinafernandez.com)

Los abusos que ahí se cometen contra las estudiantes parecen sacados de un manual de enfermos misóginos, obsesionados con el placer que les provoca humillar a las jovencitas que el propio Estado coloca bajo su yugo.

Las aspirantes a policía sufren lo indecible. El maltrato verbal, la denigración constante y el desprecio hacia su condición de mujeres son las caricias que reciben todos los días.

Los atropellos mayores son de una perversidad exquisita: las obligan a desnudarse ante los compañeros, se las llevan a los pabellones para abusar sexualmente de ellas y las obligan a abortar cuando se descubre algún embarazo.

Esto último es quizá lo más atroz: todos los meses, las autoridades de la Academia someten a las candidatas a una prueba de embarazo y cuando ésta da positivo, las expulsan o las conminan a realizarse abortos en condiciones infectas, al grado que varias de ellas han quedado estériles.

Las salvajadas dan para una película de horror y explican el alto grado de deserción femenina que existe en la Academia. Por fortuna, después de muchos años de silencio y connivencia oficial, estos abusos sido documentados por un estudio que acaba de realizar la Defensoría de la Mujer de la Procuraduría de los Derechos Humanos, entre las 185 egresadas de la última promoción.

“La forma en que se trata a las mujeres en la Academia de la Policía es inaceptable”, afirma la Defensora de la Mujer, la abogada Ana Gladys Ollas, quien condujo más de un centenar de entrevistas con las afectadas.

Tal es el terror que los mandos policiales inspiran en las estudiantes de la Academia, que después de que el estudio de la PDH se hiciera público, las estudiantes se retractaron de sus denuncias. Sólo dos de ellas se atrevieron a ratificar lo dicho.

A pesar de esta maniobra de las autoridades, las denuncias acumuladas en la PDH desde hace una década sobre el maltrato a las mujeres en la Academia de la Policía permiten suponer que los resultados de este estudio no son producto de una alucinación colectiva.

Si las autoridades de Gobernación y de la Fiscalía (liderada ahora por mujeres), tienen algún grado de humanidad y conciencia, deben recoger los hallazgos de este informe, llevar a cabo las investigaciones necesarias y asegurarse de que la situación de las mujeres en el centro de formación de la Policía cambie de manera radical.

Ya en una ocasión, se intentó colocar en esa Academia a una directora mujer, con el propósito de erradicar la cultura de abuso. El experimento duró menos que un suspiro y los torturadores volvieron a las andadas.

Quizá lo más preocupante es que algunos de los docentes que han sido separados de sus funciones en la Academia por los excesos cometidos, encuentran la forma de volver a la institución. Resulta evidente que estos señores han adquirido un vicio patológico y regresan porque saben que ahí pueden tener bajo su control a una población vulnerable para desfogar sus impulsos psicóticos.

Pero más allá de lo que sufren las jovencitas de 18 años que llegan a la Academia desde las áreas rurales del país, con la esperanza de forjarse una carrera en una institución poderosa como la Policía Nacional, está el aprendizaje que el maltrato sistemático a las mujeres inculca en sus compañeros varones.

¿Cómo esperar que un agente de policía atienda correctamente una emergencia de violencia intrafamiliar, si en la Academia ha sido testigo del abuso reiterado e impune que sus superiores infligen a las estudiantes? ¿Cómo esperar que las propias mujeres crean que el cambio es posible si ellas pueden constatar que el maltrato se consiente, y hasta se aplaude, al más alto nivel?

Ahora mismo, en la Academia de la Policía, debe estar comenzando un nuevo ciclo de formación. Más de un centenar de mujeres jóvenes, dispuestas a arriesgar la vida por nuestro país, están a punto de convertirse en bocado de estos monstruos.

No puede ser que se someta a estas mujeres a un régimen de seis meses de tortura, a ciencia y conciencia de las autoridades.

29 agosto 2010

¿HAS VISTO UN MUERTO? La pregunta la responden niños de tercero a quinto primaria de escuelas de zonas rojas.

Fuente: Edición electrónica del diario "ElPeriódico" del 29 de agosto de 2010
Autora: Periodista Marta Sandoval msandoval@elperiodico.com.gt
 
“La sangre le salía por aquí”, explica María, mientras se toca la yugular, “sí, cuando les dan ahí sale la sangre como en chorrito”, interrumpe Daniela, y los demás asienten con la cabeza, casi todos saben cómo sale la sangre por un agujero de bala, cómo se va derramando la vida poco a poco, hasta extinguirse. Lo saben porque lo han visto y no en la televisión.

“Cuando les puyan la panza luego se les mancha toda la ropa, yo una vez vi uno que llevaba una camisa blanca y en un ratito ya era roja”, comenta Carlos mientras lanza una pelota contra el suelo. La conversación tiene lugar en un aula de 5to. primaria de la escuela Niñas Guías de Noruega, en Mixco, y quienes conversan no tienen más de 11 años. Son niños.
Niños que viven demasiado cerca de la muerte, que ya saben a qué huele, y a quienes ya no se les eriza la piel cuando, en su paso hacia clases, encuentran un corro de gente viendo un cadáver. Lejos de asustarse, se abren paso entre los curiosos, y descubren un espectáculo que otros niños sólo verían en el cine.

Visité varias escuelas en áreas rojas para preguntarles a los niños qué sentían ante la violencia. Antes de cuestionarlos, les aseguré que no pretendía investigar ningún crimen y que no debían decirme si conocían a los victimarios, que mi intención no era hallar culpables, sino saber cómo crecían los niños en la Guatemala del año 2010. De 170 niños cuestionados 134 dijeron que sí, que habían visto un muerto y no sólo uno, varios, y lo que asusta más: habían presenciado sus muertes. En las escuelas primarias de la colonia Carolingia, el Milagro y la aldea Sacoj, casi todos los alumnos tienen una historia de violencia qué contar.

¿Qué pasa con estos niños?, ¿cuáles son los daños psicológicos que sufren?, ¿qué va a pasar con ellos en el futuro?

“La exposición a la violencia, por el medio que sea, tiene un impacto en salud mental y en la conducta de las personas en general, pero particularmente en los niños”, explica Marco Garavito, de la Liga por la Higiene Mental. “Ese es un hecho que no necesita investigarse, está suficientemente evidenciado”.

“En la medida en que uno se acostumbra a la violencia, la reproduce. Llegan a considerar que es algo normal, algo natural. Es tan común que se va entendiendo que es parte de la naturaleza humana y de la vida y entonces hay un proceso de reproducción de la violencia. Creo que eso queda completamente claro al ver cómo el ejercicio de la violencia se ha multiplicado en este país. Y atrás de ese acostumbrarse se va gestando un proceso de deshumanización”, comenta Garavito. En marzo de 2009, un grupo de menores recluidos en el correccional Los gorriones, asesinó a su profesor de inglés. Le arrancaron el corazón y después bailaron. Es evidente que estaban completamente deshumanizados.

Tras la cinta amarilla
Han asesinado a un taxista. Su cuerpo quedó tendido en la calle a unos pasos de su vehículo. La Policía ya acordonó la zona con una cinta amarilla que dice “escena del crimen”. La gente se agrupa alrededor, la detiene ese pedazo de plástico, pero hay dos niños pequeños que pasan perfectamente por debajo, la cinta no les impide acercarse. Y no dudan en entrar y agacharse para ver bajo la lona que le lanzaron con descuido al cuerpo. La escena es “normal”, siempre que hay un muerto hay niños curiosos cerca.

Les pregunté a los niños qué hacían cuando veían que había un muerto en la calle. La mayoría, 129 niños, dijo que se acercaban a verlo. ¿Por qué se acercan?, cuestioné, y una niña saltó a darme la respuesta: “para ver que no sea mi papá”.
Los demás estuvieron de acuerdo, su principal intención es cerciorarse de que el fallecido no sea uno de sus padres o sus hermanos. Porque ellos ya saben que el próximo puede ser cualquiera, incluyendo a las personas que más aman.

“Llega la Policía y pone el cordón amarillo para proteger la escena de crimen, pero no para proteger al ciudadano”, lamenta Garavito. “El cordón lo ponen a metro y medio del cadáver, ¿por qué no a 30 metros?, porque no tienen la concepción de proteger a las personas. Hay mecanismos tan simples que se pueden usar para no verse tan expuesto al tema de la violencia”, agrega. En Londres, por ejemplo, la Policía clausura la cuadra entera donde se cometió el crimen, de modo que nadie, por más que alargue el cuello, podrá ver el cadáver. Sólo pasan los familiares o los detectives. ¿Se hace tráfico? Sí, seguro, pero nadie va a sufrir un trauma  por pasar unas horas en un atolladero de carros. Por ver un cadáver, puede que sí.

“Los patojos que están tras el cordón amarillo viendo el muerto, se han deshumanizado y eso va a traerles consecuencias”, explica Garavito.

Una de las maestras suelta en llanto mientras habla del miedo con que viven sus alumnos. Está preocupada porque teme que los pequeños que hoy están en su clase, mañana le pidan la extorsión. “¿Qué vamos a hacer para salvar a nuestros niños?”, pregunta mientras busca en su bolsillo un pañuelo, ¿qué vamos a hacer? Repite y no encuentra la respuesta.

“Hay que entender que el fenómeno de la violencia sólo se va resolver generacionalmente”, piensa Garavito. “Aquí no es porque venga un político que diga que en cien días acabó la violencia, o el 14 a las 14. Hay que tener la concepción de que el tema es generacional y hay que hacer una gran inversión en las nuevas generaciones porque es ahí donde se puede romper el ciclo”. La Liga Guatemalteca de Higiene Mental ha desarrollado varias campañas con niños para sensibilizarlos ante la violencia. Bajo el lema “nadie nace violento” les han hecho ver a los menores que la violencia es una elección y no una obligación.

Cuando se les pregunta a los niños si la violencia es normal, la clase de quinto primaria responde a coro que sí. “Es normal porque pasa todos los días”, dicen un niño y ninguno de sus compañeros les objeta. Se quedan un rato en silencio hasta que una niña, tímida al final del salón levanta la mano. Le cuesta hablar y evade las miradas de sus compañeros, por fin suelta: “que sea normal no quiere decir que sea bueno”. Un profundo silencio invade la clase, se han quedado pensándolo.
Pero no sólo los niños que viven en zona roja están en riesgo. “Todos los niños en nuestro país están expuestos a vivir la violencia” comenta Sara Pereira, psicóloga especialista en niños, “desde los medios de comunicación que lo muestran, hasta los comentarios que escuchan en su círculo, que si a alguien le robaron el celular, que si mataron a alguien. Eso hace que el efecto traumático aumente en nuestra población. Yo he recibido muchos casos de niños con efectos traumáticos porque a sus papás los han asaltado o porque algún familiar ha sido afectado. El niño puede llegar a sentir mucha ansiedad y mucha angustia al percibir que la violencia se puede acercar a su familia. Eso va generando muchísimos temores y puede presentar síntomas como pesadillas, bajo rendimiento escolar o decaimiento”. Pereira recuerda un caso que atendió, un pequeño que presenció cómo en un semáforo un hombre en moto le ponía una pistola en la sien a su padre. El asaltante se fue luego de que le entregaran el teléfono celular, pero el niño no pudo dormir bien por mucho tiempo. Apenas se recuperaba cuando asesinaron a un hombre en el centro comercial donde paseaba con su familia.

La familia, único escape
Como la abuela estaba de visita en casa decidieron ir a comprar un pastel. Lady se emocionó con la idea, buscó un suéter y salió acompañada de su tía, su abuela y su hermano menor, rumbo a la pastelería. Compraron un pastel de chocolate y volvieron a casa contando chistes.

De regreso vieron a un hombre bebiendo atol, estaba sentado en la acera, con la espalda recostada en la pared y las piernas extendidas, impidiéndoles el paso. “Debe estar bolo”, les dijo la abuela y decidieron pasar por delante. Fue justo en ese instante cuando una moto aceleró, no la vieron venir, sólo sintieron el sonido de las balas taladrando sus oídos. La abuela le dio un empujón a Lady que rodó calle abajo, y la tía se lanzó encima del niño. Fueron segundos de confusión, el hombre que estaba tomando el atol terminó baleado. La abuela tenía sangre en el brazo, y la tía en un hombro. Las habían rozado las balas. Cuando Lady se levantó, vio el pastel de chocolate destrozado en el pavimento. Su abuela le gritó que levantara a su hermano y corriera a casa. Llegó empapada en llanto a pedirle a su papá que llamara una ambulancia.

No entendía cómo un momento de alegría con la familia terminó tan mal.

Desde entonces Lady no puede dormir bien. Se despierta por las noches y siente su cabeza hervir. Despierta a su madre y le dice que tiene miedo, la mamá sólo la abraza, es lo único que puede hacer. A sus nueve años Lady tiene miedo de salir de casa, de que su mamá salga y de que su padre vaya a trabajar. Su abuela y su tía están bien, fue un susto, pero Lady no deja de pensar en que estuvieron muy cerca de la muerte.

“Los niños en Guatemala perciben la muerte como un evento traumático que depende de otros, que no depende ni de la naturaleza ni de la vida, sino de otros”, explica el psiquiatra Rodolfo Kepfer. “Eso crea una cultura de tanatofobia, que maneja una fobia a la muerte. Se crea la idea de que la muerte está por todos lados, pero que yo también la puedo contrarrestar con medios violentos. Primero lo hacen por medio de la fantasía o de los juegos violentos. Pero un infante de 7 u 8 años, que empieza a despertar tendencias agresivas, las experimenta como algo que sólo puede manejarse con la muerte”, agrega.

Muchos de los niños entrevistados contaron que la muerte les daba miedo, que oír disparos les producía terror. Y ese miedo se puede contrarrestar al sentir que son ellos quienes deciden quién muere, el miedo también se puede enfrentar empuñando una pistola y ese es un riesgo muy grande para la sociedad. Garavito recuerda a una madre confesarle que fue ella misma la que aconsejó a su hijo para que se metiera en una mara, el miedo de que lo mataran la impulsó a hacerlo. “Yo no lo podía encerrar bajo llave y si no se metía a la mara me lo iban a matar”, se justificó.

Lady estudia en una escuela de la colonia El Milagro y no es la única de su clase que sufrió un evento traumático antes de cumplir los diez años. “Yo no tengo miedo cuando miro un muerto porque ya he visto muchos”, dice uno de sus compañeros, “yo una vez vi un descuartizado” dice otro de los alumnos y los demás se ríen; él se lo toma a la ligera.
“Los primeros muertos o hechos de violencia le van a impactar, pero uno no puede vivir permanentemente impactado porque se enfermaría, por eso se crea un mecanismo de defensa que es el acostumbramiento”, explica Garavito. “Hay una anestesia emocional, nos acostumbramos a vivir en esa situación de violencia donde ya no nos afectan muchas cosas que pasan. Los niños también se van acostumbrando y es peligroso que crean que eso es normal. Por eso es importante hacerle ver a nuestros hijos que esto no es normal, que no es sano y que va en contra de la naturaleza humana”, aconseja Sara Pereira.

En la escuela Niñas Guías de Noruega, muchos de los alumnos recuerdan un trágico día de feria. Uno de ellos, un pequeño morenito y regordete relata que estaba arriba de la noria y desde allí logró ver todo lo que pasaba, como lo hubiera visto un pájaro. Tres sujetos entraron con la pistola en la mano y dieron con el hombre que buscaban. La víctima llevaba a uno de sus hijos en brazos y cuando los vio sólo atinó a lanzar lejos al pequeño, para que no recibiera las balas. Abajo estaba Laura con sus papás, haciendo cola para subir a los carros chocones; cuando sonó la primera bala la mamá empujó a Laura bajo una tarima y desde allí lo vieron todo. Los demás niños cuentan que llegaron cuando ya el hombre estaba en el suelo, justo para ver a los hijos y a la esposa ahogarse en llanto.

En las demás escuelas sucede más o menos lo mismo. Niños que se aglutinan a describir cómo quedó un cadáver, o los balazos que sonaron anoche. Me acompaña la supervisora del Ministerio de Educación, y me advierte que llegaremos a Sacoj Chiquito, una aldea en jurisdicción de Mixco, “aquí es lo más duro, lo más violento”, confiesa, me cuentan que en lo que va del año ya han asesinado a tres de los alumnos, uno de ellos de tercero primaria.

Llegamos a una escuela ubicada en una pequeña colina. Personajes de Disney decoran las paredes y una cancha de baloncesto sirve también como patio de recreo. Subimos al aula de cuarto primaria, donde uno de los pupitres está vacío:

hace 20 días mataron al alumno que lo ocupaba. Los niños están tranquilos, leyendo en perfecto orden. Les explico quién soy y por qué estoy allí y luego lanzo la pregunta. ¿Alguna vez han visto un muerto? No responden. Nadie quiere hablar.

“A más violencia más inhibición. A más violencia más angustia interiorizada. A más violencia más shock y silencio”, dice Kepfer. “Lo que no se habla se vuelve síntoma”, comenta Garavito. 

¿Cómo va a sobrevivir una sociedad si sus niños están totalmente expuestos a la violencia? “En lugares donde ha habido guerras, bombardeos y gran cantidad de muertos, no podemos decir que a lo largo de los años no han progresado. Han generado mecanismos para hacerlo”, explica Kepfer. “En Inglaterra durante la guerra se demostró que los niños que estaban con sus familias soportaban mejor los traumatismos y se enfermaban menos, mientras que los que eran separados se enfermaban más emocionalmente”.

“Un niño que tenga una familia unida y con valores va a replicar mucho menos la violencia que vea afuera”, comenta Pereira. “Si el niño crece en una familia donde no lo cuidan y no lo respetan, donde hay violencia, o donde los hijos crecen solos a merced de los amigos, obviamente están en alto riesgo de caer en conductas delincuenciales”.

La única salida es la familia. Si la familia no comparte los esquemas de violencia habrá esperanza, pero si los hermanos o los padres también delinquen, el riesgo es demasiado alto. “Los niños aprenden los valores en la casa y es allí donde deben aprender el respeto por la vida. La violencia que ven fuera podría ser una fuente de aprendizaje para los hijos, si los papás lo aprovechan para mostrarles que esas son cosas que están fuera de los valores de su familia”, comenta Pereira.

“Lo que determina a una sociedad, el pronóstico de estabilidad o de perjuicio, va a ser cómo la sociedad va restituyendo los duelos, los va reparando. Lamentablemente aquí ya tenemos una mala experiencia. De la firma de la paz para acá no hemos superado el duelo, no lo hemos enfrentado”, opina Kepfer.

A Lady le da mucho miedo que la próxima vez que haya una balacera su abuela se muera, o que un hombre apuñale a su padre para hacerse con su celular. Pero tiene que ser fuerte y aguantar. Tratar de no pensar en eso y levantarse por la mañana para ir a la escuela contenta, eso sí, nunca se olvida de vigilar bien el camino, de cerciorarse de que nadie la sigue, de que no haya motos cerca, de que los mareros no estén en la calle. Cuando llega a clases ya está exhausta.

Demasiadas tribulaciones para una niña de nueve años. La pregunta de la maestra me ronda por la cabeza sin parar, “¿qué vamos a hacer para salvar a nuestros niños?”.

17 agosto 2010

TRES MINUTOS PARA ROBARSE A UN RECIEN NACIDO

Por: Paola Hurtado phurtado@elperiodico.com.gt
Fuente de texto y fotografías: Edición electrónica de diario "elPeriódico" del 15 de agosto de 2010. [http://www.elperiodico.com.gt/es/20100815/domingo/169788/]

     
La mujer salió por la puerta grande, con el recién nacido debajo del suéter, casi corriendo. Es la última imagen que la cámara captó: la del guardia que le abre la reja y la ladrona que escapa a zancadas. Desde entonces no se sabe nada de ella ni del niño.

El robo ocurrió el domingo 6 de junio de 2010 en la sala de maternidad del hospital Roosevelt. Una mujer vestida de enfermera le pide a una madre que le dé a su bebé para ponerle una vacuna. La madre le entrega al niño y se sienta a esperar. La ladrona sale por la emergencia de la maternidad, ya sin el uniforme, y desaparece para siempre.

La Policía detuvo anteayer al guardia que le abrió la puerta sin interrogarla ni registrarla. También aprehendió a la supervisora que tenía bajo su responsabilidad el servicio de enfermeras.

Hay detrás una investigación de dos meses y un expediente de más de mil hojas. Hay testimonios de personas que aquel día vieron a la mujer pasearse por el hospital. Hay una secuencia de videos en los que ella aparece con suéter, con uniforme, con blusa roja, en distintas horas y lugares. Hay una foto robot, informes, declaraciones y listados, pero no hay una sola pista de quién es la ladrona y de dónde puede estar el niño. Un niño que no alcanzó a tener nombre y al que sus padres cargaron tan sólo por algunas horas.

El caso generó mucho revuelo en el hospital Roosevelt, pero se mantuvo en reserva hasta esta semana. Hace varios años que no desaparecía un niño ahí. O al menos así. El robo más reciente que recuerda el personal es el de un menor raptado por una visitante. Apareció dos meses después y la mujer fue arrestada. Hace algunos años también hubo una confusión de recién nacidos: una madre iba a llevarse al niño equivocado, sin embargo, aclararon el malentendido a tiempo.

Pero un robo como este es la primera vez que sucede. [Fundación Sobrevivientes constató que ya en el año 2007 había denuncias de este tipo de crímenes, ver información completa] Es lo que recuerda la memoria colectiva del Roosevelt, uno de los 2 hospitales de referencia nacional por donde transitan 10 mil personas diarias. Una de ellas franqueó aquel día, sin ningún problema, los pocos controles de seguridad y evidenció lo fácil que es robarse a un niño, por la puerta grande, en menos de 3 minutos.

María Leticia Ispaché Reyes, de 28 años, su esposo, Hugo Adalberto Báchez Trigueros, un albañil de 30 años junto a su primer hijo en la precaria vivienda en que residen.

Sábado 5 de junio, 10:00 de la noche
María Leticia Ispaché Reyes, de 28 años, entra a la emergencia del hospital Roosevelt con dolores de parto. Ha llegado en ambulancia, desde una aldea de San José Pinula. La acompaña su marido, Hugo Adalberto Báchez Trigueros, un albañil de 30 años. Leticia da a luz a las 11:22 de la noche a un niño de 6 libras y 3 onzas que midió 52 centímetros. Fue un parto normal. A la 1 de la madrugada lo conoce: se lo llevan ya bañado, para que lo amamante. Ella lo revisa todo: le nota las manos largas y delgadas, el cabello y las cejas ralos. Y nota que tiene la boca como la de su primer hijo, de 3 años: un piquito en forma de corazón. Ambos se quedan dormidos hasta que amanece.

Domingo 6 de junio,
5:00 de la mañana
Una mujer joven, de aproximadamente un metro y medio de estatura, con el pelo teñido y figura rellena entra sola a la emergencia de la maternidad del Roosevelt, a las 5:02 de la mañana. Le cuelga un bolso grande y pesado del brazo izquierdo y debajo del suéter de lana se le nota una blusa celeste, estilo filipina, como la de las enfermeras.

Entra sin que nadie se lo impida. Se pasea por los pasillos oscuros y silenciosos y sale por el mismo lugar 9 minutos después.

Hugo Báchez ingresa casi al mismo tiempo, a las 5:22, por la misma puerta, a pedir información sobre su esposa. Pasó toda la noche en las afueras del hospital, cabeceando, durmiendo a ratos. Le indican que el niño está bien y que la hora de visita empieza a las 9:00 de la mañana.

6:21 horas
La mujer de suéter trata de ingresar por otro lugar: por la puerta principal del Roosevelt. El guardia, desparramado en su silla, le dice que no.

A las 6:55 regresa a la maternidad y vuelve a entrar. Es la tercera vez en el día que lo hace. Ya se ocultó la filipina dentro del pantalón. Se queda una hora dentro del hospital. Hora y media después ingresa por cuarta vez. Camina con la misma libertad. Es la hora de las visitas en el primer nivel. En la siguiente imagen aparece sin suéter, con la filipina celeste. Parece una enfermera.

Mediodía
Leticia se queda con su hijo toda la mañana. El bebé está envuelto en una colcha blanca con muñequitos. Está desnudo, sólo lo viste un pañal desechable. Su tía Flora le llevará la ropa al niño: prendas que estrenó años atrás Huguito, el hijo mayor de Leticia.

A media mañana Hugo, el padre, los entra a ver y conoce al niño. Lo carga un ratito, pero permanece en la sala de visitas más de una hora. Sale a buscar a la tía Flora y regresa solo a la 1:27 de la tarde. La tía aún va en camino, le explica a su mujer. Hugo propone que se lleven al niño así, con la colchita del hospital y Leticia se niega. Lo manda a conseguirle ropa. Hugo sale presuroso del hospital.

13:42
Mientras Hugo y Leticia conversaban sobre qué hacer con la ropa, la mujer de filipina celeste atraviesa, una vez más, el pasillo. Hugo sale a comprar la pijama a las 13:42 horas y de inmediato la falsa enfermera se le acerca a Leticia y le pregunta si ya vacunaron al bebé. Ella responde que no. “Préstemelo, lo voy a llevar a que lo vacunen”. Leticia le explica que ya le dieron de alta, que sólo está esperando a su esposo. “Esto no tarda, no se preocupe, ya se lo traigo”. La convence.

El bebé está dormido, pero abre los ojos cuando cambia de brazos. Es la última vez que lo ve su madre. La mujer camina hacia la emergencia de maternidad y a las 13:45 cruza la puerta con el bebé oculto debajo del suéter.

Veinte segundos después, el guardia, que acaba de colgar una llamada hecha desde la maternidad y otra llamada por celular, abre la puerta y sin cruzar palabras ni miradas, le abre la puerta.

A las 13:48, Hugo regresa con una pijamita verde en la mochila por la que pagó Q10. Esperarán a la falsa enfermera hasta que comiencen a preocuparse.

Le preguntarán a las otras enfermeras por el bebé y ellas responderán alarmadas que nadie está poniendo vacunas ahí, que por qué dieron al niño, que avisen a seguridad, que hay que buscarlo. La primera alerta se emitirá a las 14:40 horas, 55 minutos después de que la mujer de rojo salió corriendo con el niño.

En su declaración del 6 de junio de 2010, Leticia Ispaché describió así a la mujer que se llevó a su hijo recién nacido.
¿Por dónde empezar?
El 6 de junio había 41 mujeres internadas en la maternidad del Roosevelt. Leticia estaba en el primer piso, con 19 parturientas más. Había 100 enfermeras: 43 de ellas en el turno de la mañana; 23 médicos residentes; 20 agentes de seguridad y 5 empleados de limpieza. Casi 200 personas en total.

¿Por dónde empezar a investigar? Durante 15 días ininterrumpidos un equipo de la Unidad de Trata de Personas del Ministerio Público (MP) se sumergió en los pasillos del Roosevelt para encontrar pistas. La primera revisión de las cámaras no arrojó pistas. Tras una búsqueda minuciosa del operador de las cámaras, empezó a aparecer la mujer en uno y otro vídeo, a distintas horas.

El personal del hospital también comenzó a hablar. “Yo vi a una señora con filipina y pantalón beige y una bolsa negra, como de mercado”, refirió una enfermera. “Yo la vi hablando con mi compañera M.”, declaró otra a los investigadores. Y M.lo reconoció: “Vi a la mujer y me dio duda. Le pregunté a quién buscaba y respondió que a la paciente de la cama 16. Le indiqué que la visita finalizaba a las 12:00 horas y que por favor se saliera”. R., otra enfermera auxiliar, también la vio: “tenía el pelo liso, corto, gordita, morena”, la describió. Sin embargo, ninguna alertó a la seguridad del edificio.

Tres cosas coincidieron aquel domingo a las 13:30 horas: el egreso de las madres y sus hijos, el cambio de turno de las enfermeras auxiliares y el robo del bebé. La que raptó al niño conocía el hospital: sus entradas y salidas, sus horarios y debilidades. “Esto fue un hecho premeditado y no lo hizo una sola persona: fue una red”, opina el director ejecutivo del Roosevelt, Héctor Danilo Barrios Contreras. Él asumió el cargo en diciembre pasado, pero fue Director Técnico por 3 años. “Es la primera vez que esto pasa, agarró en fly a medio mundo”, asegura.

El hospital Roosevelt es considerado el más grande del país. Es una suerte de ciudadela de 32 manzanas que alberga a 9 mil 300 pacientes y emplea a más de 3 mil personas. Se calcula que por cada paciente llegan 4 visitantes. Sumados los proveedores, bomberos, periodistas y voluntarios, el hospital mantiene un flujo diario superior a 10 mil personas.

Un estudio realizado por la seguridad interna del hospital detectó en 2004 que se necesitaban 110 cámaras para vigilar las áreas principales. Actualmente hay sólo 28 funcionando. En junio la cifra era mayor, pero las tormentas eléctricas quemaron 15 cámaras. Otras funcionan caprichosamente. La que captó a la mujer con el bebé a veces se apaga porque ya tiene tostados los cables.

El Roosevelt tiene más de 20 entradas, pero no tiene la capacidad de cubrir todas con cámaras o personal. Y algunas no pueden estar cerradas debido a los planes de emergencia para sismos. Vista la seguridad en su conjunto, lo que resulta extraño es que no se hayan robado más niños antes.

Varias veces, asegura Barrios, han expuesto la necesidad de mejorar la seguridad del hospital. El Ministerio de Salud ha recibido propuestas de que les instalen más cámaras, puertas eléctricas, brazaletes electrónicos para los recién nacidos y carnés de ingresos.

Desde el robo del bebé el 6 de junio, el hospital puso en marcha las medidas preventivas que tiene la capacidad de implementar. Las enfermeras instruyen a las parturientas de que nunca, nunca dejen solos a sus hijos ni se los den a cualquiera. Se eliminaron las visitas para las mujeres que tuvieron un parto normal y se cambió la hora de egreso de 13:00 a 11:00 horas, para que no coincida con el cambio de turno. Ahora, también hay un agente de seguridad por nivel y los guardias tienen la orden de no dejar entrar o salir a nadie que no se identifique.

Sin embargo, durante la realización de este artículo, se pudo comprobar que persiste la vulnerabilidad en las entradas.

Bastó con indicarle al guardia que el visitante iba a la dirección ejecutiva, para que permitiera el paso. Ya adentro fue posible caminar sin cuestionamientos por cualquier área, bajo los puntos ciegos de las cámaras.

Los capturados
   
Alberto Baten, el guardia capturado hace dos días, generó sospechas por abrir la puerta instantes después de hablar por teléfono. Él debe registrar a todos los que ingresan o egresan a pie y apoyar en la identificación del egreso de las madres y los hijos. El 6 de junio no lo hizo. Ese día no debía laborar, pero cambió su turno. Era su cumpleaños. A la enfermera Ana Reyes, una de las supervisoras de enfermería, el MP le señala de permitir la estadía de una persona vestida de enfermera ajena al área y que el libro de turnos bajo su cargo fue alterado para que pareciera que Leticia había sido recibida por el turno de la tarde. Reyes labora en el hospital desde 1994 y recibe cada fin de año una carta de felicitación por el buen desempeño de su trabajo.


Los dos detenidos están señalados de conspiración, incumplimiento de deberes y sustracción agravada. El próximo martes declararán ante el juez. Una tercera persona está pendiente de captura. También era responsable aquel día de la maternidad y ya había tenido una llamada de atención en 2003 porque durante su servicio una mujer se salió del hospital con su bebé sin pasar por el procedimiento de egreso. La persona no fue encontrada anteayer en el hospital porque pidió vacaciones.
Video con declaraciones de la señora Leticia Ispaché Reyes, madre del bebe robado:


Sin pistas
Los Bachez viven en una casa de madera, tapizada por dentro con plásticos y decorada con platos y fotos de calendarios.

En un cuarto está la cama, el ropero y la estufa. Ahí habría llegado a vivir el bebé al que su madre quería llamar Gerardo.
“Somos pobres, pero es nuestro hijo”, dice Leticia para justificar su deseo de recuperar al niño a pesar de sus condiciones.

Hugo cuenta que a su mujer se le pierde la mirada cuando se acuerda de la criatura. “Yo presiento que está bien, mi corazón me dice que está vivo”, dice ella. “Aunque sea grande yo espero volver a verlo”. Su marido reniega: “Por qué, si hay tanto muchachito, nos fue a pasar a nosotros. Siquiera la tía de ella no se hubiera tardado tanto…”.

La investigación del MP ha chocado contra un muro: no es posible saber quién es la mujer que huyó con el bebé. Por un lado, la resolución de las cámaras del Roosevelt es muy baja. Por otro, no hay acceso a un registro fotográfico nacional con el cual se pueda cotejar el rostro de la ladrona. En Guatemala no existe un programa de reconocimiento facial. Y las huellas impregnadas en la puerta por la que tantas veces salió la mujer del suéter rosado no hay con qué compararlas. El país tampoco cuenta con un sistema de reconocimiento de huellas dactilares.

La esperanza de los investigadores es obtener información útil por parte de los detenidos. O que alguien, al ver la fotografía de la ladrona, consiga reconocerla y aportar información útil. Aunque la investigación ha sido exhaustiva, está en el punto en el que comenzó: no saben quién se robó a ese bebé.

ANTECEDENTES SOBRE ROBO DE NIÑOS EN EL ROOSEVELT: Tres trabajadoras sociales del hospital fueron denunciadas en 2007

Por: Coralia Orantes
Fuente: Edición electrónica del diario "Prensa Libre" del 18 de octubre de 2007
http://www.prensalibre.com/noticias/Descubren-robo-ninos-Roosevelt_0_150585855.html
   
El Ministerio Público (MP) investiga desde el miércoles recién pasado a tres trabajadoras sociales que, según denunció Gustavo Batres, director del Hospital Roosevelt, podrían estar vinculadas con el robo de niños en ese nosocomio, aparentemente para adopciones ilegales, aunque no se descarta el tráfico de órganos.

La denuncia 96957-2007, que ingresó el 16 de octubre último al MP, fue asignada a la Fiscalía de la Niñez Víctima, y señala que las trabajadoras sociales Blanca López, María Zoila Pérez y María de Jesús Orozco son responsables del delito de sustracción propia, ya que, supuestamente, participaron en el robo de niños en el Hospital Roosevelt.

La denuncia refiere que las trabajadoras sociales pudieron haber utilizado a los menores para traficar órganos y o para adopciones ilegales.

Alex Colop, fiscal de la Niñez Víctima, informó que citarán para hoy a Batres, a fin de determinar la acusación y para que amplíe los términos de la denuncia.

En la acción no se nos indica el tiempo en que se pudo haber cometido el hecho, tampoco se da el detalle de un caso en particular, por lo que tenemos que solicitar más información?, dijo Colop.

Como parte de la denuncia figura una acción de la Unidad de la Niñez, de la Procuraduría de los Derechos Humanos (PDH), donde uno de los padres afectados revela un hecho suscitado hace algunos días.

Consultado sobre el proceso, Batres negó haber presentado la denuncia, pero aseguró que le había remitido un informe a la PDH sobre la forma como se entregaba a los menores.

Yo me limité a responder sobre lo que me pidió la PDH, pero el jefe de seguridad del hospital está haciendo una investigación interna del caso?, comentó el funcionario.

Se pudo establecer que éste no es el primer señalamiento contra las referidas trabajadoras del hospital.

Uno de los casos por los que se les sindica es la desaparición de un menor que tenía más de un año de estar recluido en el Roosevelt y a quien nadie reclamaba.

Las medidas que se tomaron fue cambiarlas de los departamentos de Pediatría y Maternidad, después de un hecho que se suscitó hace como dos o tres meses. Creemos que nadie es culpable hasta que lo dicte un tribunal?, enfatizó Batres.

Modo de operar
Hasta ahora se ha establecido que los infantes son robados de dos formas. Una es que luego de que las madres han dado a luz y las enfermeras les han mostrado al bebé, han corroborado que todo está bien; sin embargo, al requerirlos nuevamente, les han informado que fallecieron y se han negado a entregarles el cadáver.

La otra forma de robo consiste en que después de informar sobre el deceso de los niños y ante la insistencia y reclamo de las madres, les entregan el cuerpo de otro menor.

Estos no son los primeros casos que salen a luz en el Hospital Roosevelt o en el resto de centros asistenciales públicos, pero en hechos anteriores no se han obtenido mayores resultados.

Colop explicó que una de las acciones que se podrían emprender es exhumar los cuerpos y practicarles una prueba de ADN, a fin de determinar si son hijos de las personas que han denunciado robos.

Lidia de Aguilar, directora de la Defensoría de la Niñez, informó que no es la primera vez que se denuncian hechos como los mencionados, pero que será el MP el encargado de descubrir cómo funcionan y operan las bandas que cometen ese ilícito.

Esta es una red que tiene que ser investigada, pues debe tener la complicidad de otros miembros del hospital y de personas en la parte exterior que los reciban y se encarguen de llevarlos a otros lugares?, expuso De Aguilar.

La PDH dijo que estas personas deberían de ser acusadas del delito de trata de personas, por el cual podrían purgar una pena de hasta 12 años de prisión.

De Aguilar agregó que la mayoría de robos de niños ocurren en los departamentos, donde las bandas se aprovechan de la situación económica, cultural y educativa de las madres.

Antecedentes: Ya se había denunciado
Este diario ha publicado varias denuncias sobre el robo de menores en los hospitales.

Sólo durante el 2006 la Policía recibió más de 40 denuncias sobre sustracción de niños de 0 a 3 años en los alrededores de los hospitales de la capital y de la provincia, pero ninguna tuvo eco en los tribunales.

Ante estos casos, los padres mantienen zozobra, y en algunos lugares ese ha sido el detonante para la detención y vapuleo de algunos sindicados. Incluso, se ha llegado a los linchamientos.

Los casos denunciados revelan la existencia de una red integrada por personal médico, enfermeras, trabajadores sociales, personal de limpieza y personas que operan desde las afueras de los nosocomios.

Éstas, aparentemente, son las que se encargan de llevar a los niños a las casas cuna clandestinas que son usadas para dar a los menores en adopción.

Las estadísticas de la Procuraduría General de la Nación reflejan que un alto porcentaje de las personas que se someten a pruebas de ADN para dar a los pequeños en adopción no son los padres biológicos.

Legislación: Diversas penas
Según el delito que se tipifique, podrían purgar penas de hasta 12 años.

Las personas están sindicadas del delito de sustracción propia.

Las penas establecidas para este delito son de uno a tres años de prisión.

La PDH considera que se les debería juzgar por el delito de trata de personas, que se paga con 12 años de cárcel.

En el Hospital Roosevelt las medidas que tomaron contra las trabajadoras denunciadas fue trasladarlas a otros departamentos.

Testimonios: Dos veces
Una madre denunció el año pasado que en dos oportunidades le fueron robados sus hijos en el Hospital Roosevelt.

En los dos casos, el personal del centro aseguró que los niños habían fallecido. Sin embargo, cuando la afectada reclamó los cuerpos, no se los entregaron.

La madre, quien reside en la provincia, viajó a la capital, con la ilusión de recibir mejor atención durante los partos; sin embargo, regresó a su hogar con las manos vacías. ?Cuando nacieron me los enseñaron y estaban vivos?, relató.

Otro cuerpo
Otra madre cuenta que dio a luz a su hijo, sin complicaciones, y cuando les dijo a las enfermeras que quería alimentarlo, le respondieron que había muerto.

A ella le pareció extraño porque no le pudieron explicar la causa del deceso.

Al insistir que le entregaran el cuerpo de su hijo, el personal del hospital le dio, aparentemente, el cadáver de un niño que no era el suyo.

La afectada asegura que no era su hijo, porque no tenía las mismas características que le había visto al suyo al momento de nacer.

Hasta ahora nadie le ha dado explicaciones al respecto.

13 agosto 2010

CAPTURAN A DOS EMPLEADOS DEL HOSPITAL ROOSEVELT POR TRAFICO DE NIÑOS

Fuente: Edición electrónica del diario "Prensa Libre" del 13 de agosto de 2010
   
Una enfermera y un guardia de seguridad del Hospital Roosevelt, fueron capturados este viernes, ambos están sindicados de integrar una red de tráfico de niños, informó la Policía.
Los aprehendidos son Ana Lucrecia Reyes Larios, de 39 años, y Alberto Baten Castro, de 33, ambos están acusados de los delitos de conspiración, incumplimiento de deberes, y sustracción agravada.

Según la Policía, Reyes y Baten están acusados de haber sustraído a un recién nacido de la sala maternidad, el pasado 6 de junio.

Los agentes de la División Especializada en Investigación Criminal (DEIC) indicaron que las cámaras ubicadas en el hospital muestran que la enfermera y el agente están involucrados en la sustracción de un recién nacido.

Al efectuar la revisión de las cámaras se observa cuando el bebé es llevado en brazos por la enfermera a las 13.46 horas, por lo que se dio seguimiento a las pesquisas y este día fueron capturados los implicados en el hecho.

Las investigaciones continúan para lograr la captura de más personas que conforman la red de tráfico de menores, indicó la Policía.

11 agosto 2010

BOLETIN SEMANAL, FUNDACION SOBREVIVIENTES - No 1

Presentan anteproyecto de ley Alerta Alba - Keneth
Guatemala en riesgo de ser sancionada Red contra la Trata de Personas
Asistencias legales: Area Penal
Asistencias legales: Area Civil
  
Resumen:
  
Los altos índices de secuestros y sustracción de niñas, niños, adolescentes y personas y la falta de un sistema de alerta que coordine acciones para localizar y resguardar a las víctimas motivó a la Fundación Sobrevivientes a la preparación de un anteproyecto de ley con el que se busca implementar un procedimiento que ayude a encontrar a las víctimas de estos delitos de manera pronta.
Video en el momento en que esta iniciativa es presentada en el Congreso de la República. Ver más información   y en este otro enlace.


Con la participación de representantes de 19 organizaciones que integran la Red Contra la Trata de Personas, se realizó una conferencia de prensa dónde se denunció que a más de un año de su creación, la Secretaría Ejecutiva contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas, se encuentra paralizada por los obstáculos que han enfrentado para el cumplimiento de la ley.Ver más información.