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07 diciembre 2009

VIOLENCIA SEXUAL INFANTIL: POCAS CONDENAS MUCHOS CASOS

Artículo de la periodista Marta Sandoval, aparecido en el medio escrito guatemalteco "ElPeriódico" el 5 de diciembre de 2009.
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“Quitate el pantalón y andá ponete una faldita corta”, las palabras susurradas, escondidas, salían de la boca de un pastor evangélico y caían en los oídos confundidos de una niña de nueve años. Laura hacía una mueca y corría al armario, a buscar un vestuario que satisfaciera los deseos del guía espiritual, de ese hombre al que ella y su familia escuchaban atentos en la Iglesia difundir la palabra de Dios. Pero por las tardes, cuando iba a visitar a Laurita a su casa, el pastor no hablaba de Dios, ni de la Biblia. El pastor pedía una falda ajustada en el cuerpo de una niña pequeña, ofrecía dinero a cambio de besos y recorría con sus manos el pecho plano, donde apenas sobresalían dos bultos que algún día serían senos.

Y entonces la vida de Laura empezó a cambiar. Ya no quería estudiar, perdía clases y dormía en exceso. Su madre se preocupó cuando descubrió que se hacía pipí en la ropa interior sin poder evitarlo, no alcanzaba a imaginar lo que pasaba, porque por las tardes, cuando ella trabajaba, el “buen” pastor llegaba a casa a ayudarla con los deberes, incluso alguna vez la llevó en su carro a comprar útiles escolares. Su maestra de primaria la ridiculizó frente a sus compañeros porque olía muy mal. Pero ese mal olor no se quitaba con el baño.

La madre acudió a la Comisión Nacional contra el Maltrato Infantil (Conacmi), donde una psicóloga, poco a poco, logró que la niña contara lo que le pasaba. Un médico determinó que sufría una seria infección vaginal. Le hicieron cultivos orales, anales y vaginales y encontraron grandes cantidades de hongos y bacterias. La niña estaba siendo abusada.

El pastor no lo negó. De hecho le ofreció a la madre retirarse del ministerio y pagar el tratamiento médico de la niña. Pero no cumplió, sigue guiando una iglesia de la ciudad capital y lo que es peor: insiste en ver a la niña. Llegó incluso a buscarla a la escuela.

Este caso es uno de los más de 200 que ha recibido este año la Comisión Nacional contra el Maltrato Infantil, que brinda apoyo psicosocial a niños víctimas de maltrato. Laura está resguardada ahora, pero como ella hay cientos de menores que sufren agresiones sexuales en Guatemala.

“En los hospitales públicos las estadísticas andan alrededor de los 150 a 200 casos por año, pero la realidad no es esa”, explica Haroldo Oquendo, director de Conacmi, “cuando te metes a revisar los libros de emergencia y lees los diagnósticos con detalle, te das cuenta que el promedio por departamento es de entre 500 a 600 casos mensuales de abuso sexual. Eso hace que las cifras estén arriba de los 11 mil casos anuales”. Y esos datos son sólo los casos de quienes buscan ayudan, hay muchos más escondidos, en silencio, aquellos cuyas madres prefirieron callar.

El peligro en casa
“Siempre decimos a los niños que hay que tener cuidado con los extraños”, dice Miguel Ángel López, psicólogo de Conacmi, “pero nunca que hay que tener cuidado con la gente de adentro”. Y es precisamente dentro del hogar donde se realiza la mayoría de abusos sexuales contra menores. “De cada diez casos que recibimos, siete son cometidos por miembros de la familia”, agrega López.

Hubo un caso que estremeció a los trabajadores de Médicos Sin Fronteras: una niña de 13 años a la que su abuelo había dejado embarazada. Cuando indagaron más, se dieron cuenta de que el abuso en esa familia era una constante, la abuela y la madre de la menor también lo habían sufrido.

Patricia Parra, directora de la delegación de Médicos Sin Fronteras en Guatemala, atribuye esta situación a una serie de factores: “Hay un aprendizaje social, son hijos de familias maltratadas que piensan que el maltrato es una forma de relación, es una forma de educación. Las personas que han sufrido incesto, pueden ser los futuros maltratadores. Problemas de alcoholismo y familias disfuncionales, son otras de las razones”.

Influyen también la falta de información y educación en las familias. “No hay educación sexual en donde le digan a la niña que no debe permitir que alguien le haga caricias en sus partes privadas, no importa si es su papá o su hermano, eso no está bien”, comenta Oquendo. “Nadie les ha dicho que no es correcto que les acaricien su vulva o su ano. Si desde chiquitas les enseñaran que esas partes son suyas, que nadie las toca y sólo cuando sean grandes van a decidir lo que quieran hacer con ellas, esto no pasaría”.

Laura, claro está, no comprendía que lo que el pastor, un hombre respetado y admirado en su casa, le estaba haciendo era un delito.

Cuando se conoce que un niño está siendo abusado en casa pueden suceder dos cosas: que la madre o padre guarden silencio y hagan como que nada pasó, o bien que alejen al menor o denuncien. En ambos casos la familia se viene abajo. “Entre más cercana es la relación del agresor con el niño, mayor es el daño”, explica López, “todo el sistema de relacionamiento, de confianza, se pierde. En quién va a confiar el niño si descubre que su propia familia le hizo daño”.

Los expertos han detectado además que en muchos de los casos el abuso continúa aún después de que el niño contó lo que estaba viviendo, “no les creen”, se lamenta López, “y cuando por fin le creen lo culpan a él, les cuesta aceptar que el agresor haya sido de su propia familia. Pero siempre hay que creerle al niño”.

Médicos Sin Fronteras mantiene cuatro clínicas dedicadas exclusivamente a la atención de víctimas de violencia sexual (en zona 18, zona 7, Hospital San Juan de Dios y Ministerio Público), donde se encargan de proveer a los pacientes de medicamentos para prevenir contagios por enfermedades de transmisión sexual o embarazos, y también ayudarles en el proceso de recuperación psicológica.

Pero antes de que Médicos Sin Fronteras pueda actuar, un médico forense del Inacif debe examinar a la víctima. “Pero el Inacif está tan saturado que el mismo médico forense tiene muchas otras demandas que atender, generalmente la gente tiene que esperar 10 o 15 horas para que las atiendan y hay casos en los que incluso les piden que regresen otro día”, cuenta López. Y cada hora que pasa es un paso más hacia una enfermedad de transmisión sexual o un embarazo. “Las primeras 72 horas son cruciales”, explica Parra, “el Hospital San Juan de Dios comunica al Ministerio Público sobre el caso, y el primer procedimiento es que el médico forense hace una recolección de pruebas en la víctima. Posteriormente entramos nosotros a la profilaxis y al seguimiento médico a la paciente”.

“Tenemos 2 médicos forenses de turno las 24 horas”, explica Miriam Ovalle, directora del Inacif, sin embargo, no siempre se dan abasto dados los altos índices de violencia de la ciudad de Guatemala.

Poca prisión
El pastor que violaba a Laura sigue dando su prédica. Pero no será por mucho tiempo. De eso se encarga actualmente Conacmi. El juzgado ya conoce el caso y están a la espera de la primera audiencia. Un camino que será largo y doloroso. Mientras tanto, la madre esconde a Laura del hombre que insiste en buscarla, que llama constantemente para ofrecer dinero.

Si el abusador fuera condenado, el caso de Laura estaría entre el 0.3 por ciento que llega a sentencia. La mayoría de abusadores no conoce la prisión. “El año pasado se reportaron cerca de 2 mil 700 casos al MP”, cuenta Pablo Villeda, director de la Misión Internacional de Justicia, “de esos fueron llevados a debate menos de 140, de los cuales sólo en la mitad se lograron sentencias condenatorias”.

Denunciar resulta un proceso largo y complicado, que no siempre consigue justicia. “En el camino la gente se comienza a desencantar, sufren amenazas, tienen conflictos con las familias y muchas veces las personas no soportan un proceso tan largo”, agrega.

La Misión Internacional de Justicia da apoyo legal y psicológico a decenas de menores que han sido abusados. Hace unas semanas lograron que un hombre de 70 años que abusaba de una niña de 12, fuera sentenciado a 18 años de prisión.

Niñas mamás
“En los primeros 8 meses de este año, más de 1,000 niñas menores de 15 años han dado a luz, eso es sólo la punta de todo el iceberg que es gigantesco, porque hay muchas chicas abusadas que no llegan a quedar embarazadas, así que el número es enorme”, explica Haroldo Oquendo, director de Conacmi.

Ana es una de esas niñas que ha dado a luz a un niño. Su pequeño corre de un lado a otro y luego salta cansado a ovillarse en las piernas de su mamá adolescente, busca con la nariz el pecho de la niña y ella se acomoda la blusa para alimentarlo. Ana tiene 15 años y su hijo 2. La pequeña mamá está tratando de combinar sus estudios de primaria con la educación de un niño inquieto y sonriente que sólo quiere jugar y que recién aprendió a correr. Ana le acaricia el cabello y el bebé se va quedando dormido con el calorcito de su madre.

La maternidad, desde luego, la tomó por sorpresa, porque Ana sólo pensaba en estudiar y en reunirse con sus amigos del grupo de jóvenes de la Iglesia. Y fue precisamente camino al templo cuando un vecino, un hombre con más de medio siglo vivido, se le acercó. Empezó a molestarla con comentarios obscenos, piropos fuera de lugar y miradas libidinosas. Ana le tenía miedo y lo evadía. Pero él la seguía, la acosaba y se aparecía siempre en la tienda cuando ella iba a comprar el pan. Ana le temía tanto que no le importaba que sus papás la regañaran por no hacer la compra y prefería esconderse en su cuarto. Pero el hombre la halló y la violó. Se despidió con una advertencia: si le decís algo a alguien te juro que voy y mato a tus hermanitos.
El tipo lo dejó claro: la vida de sus hermanos estaba en riesgo. Fue hasta los cuatro meses de embarazo que sus padres descubrieron que su niña había sido abusada. Se armaron de valor y denunciaron.

En el Ministerio Público le aconsejaron a la madre de Ana que acudiera a la Misión Internacional de Justicia, donde la niña encontró a Johana French, una trabajadora social que le ayudó a levantarse, y a Pablo Villeda, que dirige un equipo multidisciplinario que trabaja arduamente para que los culpables de estos crímenes terminen en prisión. Pero además Ana encontró a otras niñas madres como ella. Así se formó un grupo de apoyo, que se reúne casi a diario y donde unas a otras se ayudan, se dan consejos para criar a sus hijos y se acompañan en los largos y complicados juicios.

Johana les enseña a hacer joyas para venderlas y así ayudarlas a mantener a sus niños. Además les imparten cursos de motivación y de educación infantil. Ana sonríe, se ha dado cuenta de que es una mujer fuerte.

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