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08 febrero 2010

CANDELARIA ACABAL ALVARADO (II)

Por Irmalicia Velásquez Nimatuj
Fuente: Edición electrónica de "ElPeriódico"

¿Por qué dos mujeres, la esposa de un diputado y una juez, violentan a extremo la vida de otra mujer? Preguntó la periodista de Prensa Libre, el pasado 28 de enero en la conferencia de prensa en la que la premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, se pronunció en contra de la resolución de la juez Rafaela Salazar López, a favor de Marisol Natareno Taracena, quien durante 10 años esclavizó a Candelaria Acabal, quien llegó a su casa siendo una adolescente analfabeta de 14 años a trabajar en oficios domésticos y desde entonces, hasta hoy –lo que esta k’iche’ de 24 años pero que parece de más de 40– ha vivido una tragedia de sometimientos, abusos físicos y sexuales que no concluyen porque se le niega el derecho a la justicia.
La imparcialidad no llega a los pobres ni a los “indios”, lo que llega es la injusticia que esta vigilándolos para someterlos.
Quizá por ser una joven pobre e indígena rural, quizá por no tener un título que la legitime ante la sociedad, quizá porque nunca ha trabajado con organizaciones sociales, porque no conoce a nadie, porque no puede leer ni escribir su propio nombre es que su calvario no importa. No duele ni conmueve, menos a quien debería por obligación, como es el caso de la juez, que como plantea Carlos Guzmán Böckler “Cualquier forma de aplicación de la ley no sólo está determinada por el conocimiento que se tenga del derecho, sino por el grado de sensibilidad humana y social que priven en el ánimo del juzgador”.
Y la juez Rafaela Salazar carece no sólo de conocimiento sino de sensibilidad humana, porque sólo el detallado informe médico practicado por el Inacif es espeluznante, entre 19 hemorragias cerebrales y golpes en el cuerpo, 9 cicatrices de diferentes centímetros de ancho y largo por heridas corto contundentes en el rostro y el cuerpo, y 6 cicatrices por quemaduras de segundo y tercer grado en todo su cuerpo, especialmente en su tórax. El informe indica que las lesiones, heridas y quemaduras fueron hechas con objetos contundentes y con sustancias calientes sin poder especificar el tipo.

No hay respuestas únicas, pero un cuerpo de mujer no garantiza una conciencia de mujer. Esto aplica para hombres y mujeres indígenas que habiendo modificado su condición de clase, queman las barcas que los unen a sus pueblos como una manera de enterrar su conciencia étnica y a partir de ese paso, su postura será de silencio o de complacencia con el opresor de sus pueblos.

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